Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

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La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



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¡BIENVENIDOS!

¿Y si no es verdad...? Lorena Rodríguez Godoy

El sonido de las olas de mis sueños se fundió con el de mi odioso despertador, creando  una melodía que se tornaba cada vez más insoportable en cuanto que se imponía el ensordecedor del segundo. Con los ojos aún cerrados, palmeé la mesa de noche en busca del molesto aparato. No quería que al abrir los ojos se esfumara el rostro que aparecía desde hacía tantas noches en mis sueños y que todavía no  lograba recordar con nitidez. Pero ya era tarde, lo había olvidado.
Me levanté frustrada y desayuné pensando aún en el tema. Miré el reloj, eran las cinco, ya era la hora de hacer mi ejercicio matinal. Me puse el chándal verde, las deportivas y salí aunque no había amanecido. Las farolas iluminaban la avenida de la playa de manera que se podía ver cómo rompían las olas en la orilla. Me encantaba correr sintiendo la brisa marina en mi rostro y la arena bajo mis pies.
Todas las mañanas, cuando llegaba a la mitad de mi trayecto, encontraba un chico sentado en una roca junto a su perro, un hermoso labrador beige. Esto no sería extraño si no fuera porque ambos miraban al horizonte, como hipnotizados por el reflejo de la luz de las farolas en el mar, sin prestar atención a nada ni a nadie a su alrededor. Además, cuando volvía al mismo lugar desde la dirección opuesta – unos diez o quince minutos más tarde- ya no estaban. Jamás los veía llegar y jamás los veía irse. Aparecían y desaparecían sin más.
Ya me había acostumbrado a esta singular situación y nunca pensé que esta vez fuera diferente. Como cada mañana, cuando me aproximaba a mitad de la playa miré al lugar donde se suponía que estaría el joven, encontrándome para mi sorpresa sólo a su pequeño amigo. Esto hizo que me detuviera algo confusa y mirara al animal que, por primera vez desde que lo había visto, me prestó atención. Se acercó a mí observándome con mucha curiosidad pero yo seguí corriendo. El perro me siguió a corta distancia y de repente me sobrepasó y se paró en seco delante de mí, impidiéndome que siguiera corriendo.
Me acerqué a él y me fijé que llevaba una pequeña medalla alrededor del cuello. La observé y noté que había algo inscrito en ella, así que la cogí para poder leerla. Me produjo un profundo desconcierto lo que estaba grabado el ella: en la parte delantera de la chapa estaba escrito mi nombre y en la parte trasera se leía una hermosa cita a William Shakespeare, "Estamos hechos de la misma materia que los sueños".
No me percaté de la voz que me llamaba hasta que el labrador ladró y se fue corriendo a algún lugar tras de mí. Al girarme pude ver que a menos de dos metros de mí se alzaba la figura del joven de la roca que se agachaba para recibir entre sus brazos a su amigo, o mejor dicho, su amiga a la que acariciaba diciendo mi nombre. Yo seguía mirando al muchacho algo atolondrada cuando alzó el rostro y me sonrió de una manera que me resultó terriblemente familiar.
En ese momento vino a mi mente el sueño que cada noche me cautivaba y fui capaz de recordar hasta el más mínimo detalle del rostro que siempre olvidaba. Era ese instante, lo que yo soñaba noche tras noche, esa situación que no había vivido más que en fantasías.
El muchacho se giró y desapareció caminando hacia la avenida. Era la primera vez que lo veía marcharse.

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